domingo, 15 de julio de 2012
lunes, 7 de junio de 2010
Niurka: Cada vez más
miércoles, 4 de marzo de 2009
Fotógrafo Profesional en el East Boulevard
La vieja institución se resiste al asalto, pero siempre fracasa. Claro, una mujer hermosa, y la que no lo es también, pide matrimonio, o hace que se lo pida después de muchos van y vienen. No hay modo de escaparse de ello. El resto, lo sabemos, viene por añadidura.
Un rito que va ganando la fuerza de la costumbre es el de casarse e irse a fotografiarse del lado de Nueva Jersey del rio Hudson, pero desde el Hamilton Park -donde alguna vez Hamilton a la sazón Secretario del Tesoro de los Estados Unidos se retó a duelo con George Washington- donde se puede tener a Nueva York de bakground.
Y, bueno, no es para menos. Casarse y enviar la foto con Nueva York de fondo, para contar a los amigos que encontré la mujer de mis sueños y, viejo es bellísma. Y, ejem, la dama que encontró el hombre de sus sueños que, hija mía, me cumple todos y cada uno de mis caprichos. !Sueño cumplido¡
Un día de estos, para darle sentido a la tradición alguien se va a inventar un pozo de los deseos o la sentadita en la piedra de la suerte para que el matrimonio dure mucho. Ya verán ustedes.
Por lo demás el asunto ya es convencional, paseo por el parque Hamilton, fotos con la familia, cargada a la novia, etc, etc.
Y claro el fotógrafo y hombre o la mujer del video tienen que tener mucha suerte para que el día del matrimonio, como hoy que no hay sol radiante pero el cielo está mínimamente despejado, poco frío y nada de lluvia. ! ¡Día espléndido!
Solo que la rutina puede dejar de ser convencional cuando un fotógrafo demasiado solícito decide que la novia tiene la falda en mal lugar y decide, a cada momento, que hay que arreglar la falda, que hay que arreglar la blusa a la altura del hombro, a la altura del busto, nuevamente la falda que está mal puesta.
Entretanto el marido reciente (hemos difuminado su rostro porque el mundo es chico y las venganzas llegan aunque demoren) aguantando cóleras, no vaya a ser que la mujer crea que ya no bien se han casado comienza a sacar las garras y, bueno, a mandar. Ni que salga con aquello que ningún otro gallo canta en mi corral porque allí nomás empieza la primera desavenencia matrimonial.
Entretanto ella disfruta, esplendorosa, con las fotos. Gira el cuerpo, lo inclina ligeramente hacia la derecha y estira la mano en actitud de entrega. Luego el marido le alcanza el ramo de rosas y ella, encantada, se entrega a la cámara.
El feliz marido a cuatro pasos de ella se percata que hay un fotógrafo adicional, éste no estaba en el contrato, que se regodea tirando fotos de las maniobras sucesivas del fotógrafo, todo un profesional presto al detalle, para arreglarle la falda, la parte alta, el vestido que se le corre en el brazo, el velo que debe estar bien puesto y etc., etc, etc.
De repente él, con la mano en el bolsillo, el mentón demasiado alto, un pie pisando más fuerte que otro, los ojos que bailan, el ceño alterado, le dice al fotógrafo, quedo al oído: está tomando fotos.